PANORAMA DE LA TRADICIÓN CABALÍSTICA

Introducción

En el momento en que Israel se paró a los pies del Monte Sinaí, los cielos se abrieron y el espíritu de Di-s descendió de las alturas en medio de truenos y fuego deslumbrante. Al revelarse a Sí mismo a toda la comunidad de Israel, Di-s dejó al descubierto, en esencia, el núcleo oculto de la verdad cabalística, que hasta ese momento era el privilegio de unos pocos selectos.

De acuerdo con la tradición cabalística, el propósito de la Creación es brindarle a Di-s una “morada en los mundos inferiores”, objetivo que se lleva a cabo canalizando la luz Divina dentro de “recipientes” progresivamente más densos del pensamiento, sentimientos y actos humanos, y de allí al resto de la realidad material.

La intención de la cabalá, de acercar los misterios de la Creación a la propia experiencia del hombre, se ha expresado quizás más radicalmente a través del pensamiento y la tradición jasídica.

El jasidismo trasladó el foco de la tradición mística, más allá del ámbito de los olamot (“mundos”, la realidad de espacio y tiempo), hacia el sublime reino de las neshamot (“almas”).

De aquí, que el Zohar se refiere a la cabalá como “el alma de la Torá”, mientras que el jasidismo se define como “el alma del alma de la Torá”.

Las Raíces de la Tradición Cabalística

Las raíces de la tradición cabalística, pueden ser rastreadas hacia el pasado, en la antigua experiencia profética de los patriarcas Abraham, Isaac, y Iacob. La sabiduría y entendimiento que provienen de su familiaridad con lo Divino, forman las bases del legado espiritual que dejaron a sus hijos, las doce tribus de Israel. La confirmación definitiva de este legado surge del momento en que Israel se paró al pie del monte Sinaí; allí se abrieron los cielos, y el espíritu de Di-s descendió de lo alto en medio de truenos y relámpagos de fuego. Al revelarse a la comunidad de Israel toda, Di-s dejó expuesto, en esencia, el núcleo oculto de la verdad cabalística, que hasta ese momento era el privilegio de unos pocos elegidos. Nos cuenta el versículo, que en ese momento Moisés ascendió a la montaña en medio de una densa oscuridad, donde Di-s le reveló en privado la amalgama de sabiduría Divina y doctrina, con el fin de llenar el vacío que resultó de Su retirada a la esfera celestial.

La sabiduría que Moisés recibió en el Sinaí y que más tarde pasó a su pueblo, incluía elementos tanto esotéricos como exotéricos. La tradición exotérica o niglá (“revelada”), se convirtió en el centro identificable de la vida judía, tanto en el estudio como en la práctica, a través de las sucesivas generaciones. Es esta tradición con la que estamos familiarizados, gracias a los tratados escolásticos clásicos y de la ley judía, cuyo máximo exponente encontramos en el Talmud. Por otro lado, la tradición esotérica conocida como nistar (“oculta”), fue transmitida a unos pocos elegidos en cada generación, para iniciarlos en los más profundos misterios.

Esta tradición, que es la base de la cabalá, forma su trama a través de una hebra que se oculta en el curso de la historia judía. En puntos providenciales de esa historia, este hilo emerge periódicamente embelleciendo la evolución de la conciencia espiritual de nuestro pueblo. Cuando esta tradición es interpretada por un hombre de visión e inteligencia inusual, encuentra lentamente su camino en forma escrita, como obras que se explayan sobre sus aspectos práctico y teórico.

La terminología tradicional empleada para referirse a estos dos distintos aspectos de la investigación cabalística es: cabalá iunit (“cabalá contemplativa”) y cabalá maasit (“cabalá práctica”). A pesar de que veamos que esta distinción puede ser a menudo arbitraria, nos puede ayudar para identificar distintas tendencias en el desarrollo de la tradición cabalística.

La Tradición “Contemplativa”

Cabalá iunit, es la categoría a la que pertenecen la mayoría de los textos cabalísticos que circulan en la actualidad. Surgió para explicar el proceso por el cual, el reino de lo creado evolucionó en una existencia limitada y “autónoma”, según la voluntad de un Creador infinito, elaborada también a manera de “diálogo” entre la Creación misma, accionando en busca de la consumación de su destino, y la fuente Divina de la cual emerge. En un nivel más profundo, cabalá iunit explora la compleja naturaleza de la realidad Divina en si misma, y en particular, la paradoja del ser inmutable de Di-s, que es con todo, activa y reactiva en Su relación con la Creación.

Un aspecto adicional de la tradición contemplativa, a menudo identificada erróneamente con la “cabalá práctica”, es la elaboración de varias técnicas meditativas, utilizadas para ponderar la entrelínea Divina de la realidad y refleccionar acerca de ella. Esto incluye la contemplación de Nombres Divinos, la permutación de la letras hebreas y las formas en las cuales armonizan e interactúan las sefirot (supremas Fuerzas Divinas). Algunas formas antiguas de meditación cabalística, producen de hecho una experiencia visionaria de las supremas “cámaras” en donde reside la Gloria de Di-s.

Aún cuando se persiga el único objetivo de ticún hanefesh (“perfeccionamiento espiritual”), estas técnicas meditativas, vacías de reflección teosóficas, pueden seguir siendo consideradas legítimamente “contemplativas”, en virtud de su refinada influencia en la conciencia.

La Tradición “Práctica”

La verdadera “práctica” de la cabalá, comprende técnicas que apuntan específicamente a alterar estados o eventos naturales. Técnicas tales como el encantamiento de Nombres Divinos, o la inscripción de tales nombres (o lo de los ángeles) sobre amuletos especialmente preparados. Aunque a menudo llamada la tradición “oculta”, cabalá maasit fue pensada para ser empleada sólo por los más santos y responsables de los individuos y sin ningún otro propósito que el beneficio del hombre o la Creación.

Ya desde los tiempos del santo Arí (promediando el siglo XVI), se encuentran indicaciones de que se abusó de estas técnicas por parte de practicantes no adecuados. El santo Arí mismo exhortaba a sus discípulos a evitar las artes prácticas de la cabalá, por considerarlas inseguras mientras permanezca inasequible el estado de pureza necesario para el servicio en el Sagrado Templo de Jerusalem. La exhortación del Arí de hecho posterga la práctica de la cabalá ritual, hasta el tiempo en que el Templo sea reconstruido y sea alcanzado el requisito de pureza que su servicio requiere.

Por cierto, el servicio del Templo provee el marco básico, dentro del cual se desarrolla el aspecto práctico de la cabalá. El rito cardinal de la tradición práctica – pronunciar el Nombre esencial de Di-s – fue una pieza central del rito del Templo conducido por el Sumo Sacerdote en Iom Kipur. Al igual que otros aspectos de la tradición práctica, la fórmula exacta para pronunciar el Nombre de cuatro letras, fue pasado en forma secreta de generación en generación de Sumo Sacerdotes. En un punto determinado, se decidió que esa formula no debía seguir siendo transmitida, en la medida en que los individuos designados para el Sumo Sacerdocio, se volvían cada vez más corruptos e indignos de ejecutar una práctica que demanda sensitividad y espiritualidad. Al suspender el conjuro del Nombre de Di-s en el Templo, los rabinos brindaron un precedente, para aquellos que como el Arí, en generaciones posteriores argumentaron en contra de la práctica ritual de la cabalá.

Efectivamente, los temores del Arí probaron estar bien fundados, ya que fuimos testigos en las centurias siguientes, de la aparición de movimientos seudocabalistas, conducidos tanto por el oportunismo como por una espiritualidad mal encaminada, que comprometió la fe de Israel, y la reputación de la verdadera búsqueda cabalística. El estudio de los fundamentos conceptuales de la cabalá, dentro de un contexto de firme compromiso con la normativa de las leyes de la Torá, provee la mejor valla contra estas prácticas corruptas de la cabalá.

Como se indicó más arriba, no hay una demarcación clara que separe los elementos contemplativos de la cabalá, de aquellos que apuntan a influenciar o alterar la realidad. Así como cabalá iunit puede influenciar, a través de su sistema de cavanot (meditación guiada), la configuración de la fuerzas Divinas influencian nuestra realidad; así también se ve la eficacia de la “cabalá práctica”, predicada bajo el conocimiento de la teoría y la doctrina cabalística. Así, el caso más renombrado de práctica cabalística – la formación de un golem (humanoide) de Praga en el siglo XVI- fue realizado por el gran sabio y santo, rabi Iehuda Loew, el maharal de Praga, un lider de la interpretación de la tradición contemplativa.

La Ventaja de la Sabiduría sobre la Profecía

La tradición contemplativa, al operar sobre la esfera del intelecto cotidiano, provee el medio óptimo para alcanzar la iluminación Divina. Está explicado en cabalá, que la capacidad para la reflección interior deriva de una esfera celestial (la de las “almas”), de una jerarquía superior a aquella de la que derivan las extrañas fuerzas evocadas por la práctica cabalística (la de los “ángeles”). La elevación del pensamiento, hasta el punto donde se une con la sabiduría y el conocimiento Divino, constituyen la cima del logro espiritual.

De acuerdo con la tradición cabalística, el propósito de la Creación es el de proveer a Di-s una “morada en los mundos inferiores”, objetivo que se logra canalizando la luz Divina dentro de los progresivamente más densos “recipientes” del pensamiento, sentimiento y acción humanos, y de allí al resto de la realidad material. Trabajando dentro del reino de la conciencia mundana, la tradición contemplativa nos hace sensibles a los infinitos matices Divinos dentro de la Creación. Por esta razón la profecía, que trasciende la experiencia del mundo, falla en el intento de proveer una verdadera iluminación.

La ventaja de jojmá (“sabiduría”) sobre nevuá (“profecía”), como un camino para la iluminación, se hace evidente en la enseñanza de nuestros sabios: “el hombre sabio es más grande que el profeta”. A través de la profecía, uno puede arrivar a la mayor aproximación del pensamiento Divino, pero sin impactar necesariamente el propio ser o la Creación como un todo. Es el elevado estándar de carácter e inteligencia que, está dicho, hace florecer en uno la profecía, más que cualquier otro medio similar.

La sabiduría, en virtud de su conceptualidad y abstracción, sirve para generalizar la propia experiencia del mundo, en términos de la conciencia ordinaria, lo que la hace transferible a los otros. La experiencia profética, aunque extraordinariamente vívida en sus imágenes, está divorciada de la realidad de “aquí y ahora”, y por eso permanece esencialmente impenetrable a los otros. El único individuo para quien la sabiduría y la profecía se asocian en una misma corriente de iluminación es Moisés, que pudo recibir profecía mientras permanecía en posesión de sus facultades normales, y consecuentemente suministrando el modelo quintaesencial del daat (“conocimiento”) rectificado. El fue tanto el más sabio de los hombres, como el más armonizado con la Divinidad; el único hombre que pudo, tal como era, encontrar el “camino medio de Di-s sobre la montaña”.

La tradición cabalística, aunque basada en la experiencia profética de nuestros antepasados y sabios, fue transitando firmemente a través de los tiempos, en la dirección de una colosal y a la vez refinada articulación conceptual. Esto es más que una consecuencia del alejamiento del hombre más allá de la experiencia directa de la Divinidad; es parte de un plan providencial, que ve el enorme beneficio para Di-s y la Creación, de cultivar una conciencia espiritual basada firmemente en la realidad mundana. Encontramos evidencia de este plan en numerosos versículos de la Biblia, tal como este del libro de Isaias (11:9, 52:8): “…la tierra estará llena del conocimiento de Di-s, como las aguas cubren el mar …cada ojo y ojo, verá el retorno del Señor a Zion….”

La cabalá, es el marco en el cual los judíos han desarrollado históricamente su singular comprensión de la realidad, y representa su legado de profecía y sabiduría. Esto es ilustrado vívidamente por la gematria de la misma palabra “cabalá” (137), que equivale al valor numérico combinado de las palabras jojmá (“sabiduría” = 73) y nevuá (“profecía” = 64). Por medio de la sabiduría de la cabalá, aprendemos a “escuchar”, lo que nuestros ancestros vieron en el Sinaí. Una vez que hayamos comprehendido completamente el significado conceptual de esta visión, podremos una vez más comenzar a “ver” a Di-s, pero con nuestros sentidos normales intactos, y no sólo en forma momentánea, sino todo el tiempo.

Jasidismo: La Última Frontera de la Cabalá

El intento de la cabalá, de acercar los misterios de la Creación a una más íntima proximidad de la experiencia humana, se expresó posiblemente en forma más radical a través del pensamiento y la tradición jasídica. Este revolucionario acercamiento a la espiritualidad judía, fue revelado por el santo y curador del siglo XIII, rabi Israel Baal Shem Tov. En sus inicios fue un trabajador maravilloso, dando remedio a las enfermedades humanas a través de métodos tanto naturales como sobrenaturales, el Baal Shem Tov se convirtió lentamente en un maestro y ayuda del pueblo, alcanzando con éxito el objetivo de revelar la capacidad especial dentro de cada ser humano, de despertar directamente la gracia y bendición Divina.

Sus enseñanzas enfatizan aquellos componentes de la experiencia interior del hombre, correlacionados con las fuerzas supremas planteadas en la cabalá clásica. Así pues, hizo avanzar la contemplación cabalística más allá del área de la abstracción filosófica, y dentro de la esfera del entendimiento psicológico inmediato. Delineando una interfase entre las sefirot y la psique humana, el jasidismo se ocupó de llevar el pensamiento cabalístico y su práctica, a su última frontera.

El deseo del Baal Shem Tov, de proceder más allá de la convención cabalística, y forjar un nuevo camino de servicio, encuentra su expresión en la siguiente historia: Se dice que una vez, el Baal Shem Tov recurrió al uso de un Nombre Divino para cruzar un río infranqueable; inmediatamente se arrepintió al considerarlo un empleo innecesario de un poder Divino sobrenatural. Luego de pasar muchos años expiando ese único acto, se encontró nuevamente al borde de un torrente enfurecido, pero esta vez lo cruzó con el sólo recurso de la fe simple.

Fue este recurso de fe, accesible a cada judío, y no los escurridizos poderes de la cabalá práctica, que el Baal Shem Tov postuló como clave en la vida diaria. En el proceso, él destiló el espíritu esencial de la cabalá, acentuando su relevancia e impacto. Por ello, mientras que la cabalá es referida en el Zohar como el “alma de la Torá”, el jasidismo ha sido acuñado como el “alma del alma de la Torá”.

Por cierto, la tradición clásica de la cabalá puede considerarse jitzoní (“superficial”), en relación con la del jasidismo, el cual, al centrarse en la experiencia inmediata, identifica aspectos de Divinidad que, el altamente formal y abstracto sistema de inducción cabalística, deja inexplorados.

El aspecto determinante de cuán profundo puede penetrar en los misterios del ser Divino una tradición en particular, es el grado de bitul o “autoanulación” implícito en el método de esa tradición. El jasidismo, al enfatizar la Divinidad innata del alma judía, inspira un mayor grado de bitul que la cabalá clásica, con su enfoque en la “evolución” del ser creado. Otra forma de decir esto, acorde con la propia terminología del Baal Shem Tov, es que el jasidismo traslada el foco de la tradición mística, más allá del ámbito de los olamot (“mundos”, la realidad de espacio y tiempo), hacia el sublime reino de las neshamot (“almas”).

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