PARTE 37  AUTOCRÍTICA  (Parte B)

En el capítulo anterior aprendimos con la historia del Tzemaj Tzedek que debemos considerar cada imperfección que vemos afuera como un reflejo de lo que fluye dentro nuestro.

El espejo nunca miente. Aunque pueda haber diferencias de matices entre nuestra conducta y la de los otros, esta afirmación es necesariamente cierta.

Por ejemplo, cuando una persona generosa ve a un avaro que nunca da caridad o nunca invita huéspedes a su casa, podría ser que se le esté recordando el desgano que siente a veces (aunque quizás nunca se dejo influenciar) de interrumpir algo que está haciendo e ir en ayuda del prójimo. El hecho de que uno se irrite o sea crítico con algo “externo” indica que es tiempo de rectificarlo más completamente “adentro”.

Este reconocimiento de la imperfección es el primer paso para retornar a Di-s por medio del arrepentimiento (teshuva) y nos permite proseguir luego con las etapas subsiguientes de arrepentimiento y compromiso de cambiar.

Dicha necesidad de autocrítica debe ser confinada a un período circunscripto de tiempo y moderado por la comprensión de que el cambio es un proceso que ocurre paso a paso. De otra manera, podemos preocuparnos y deprimirnos tanto por nuestro estado actual de imperfección que perderíamos toda sensación de alegría en servir a Di-s y de efectividad en la educación de los demás. Por eso debemos fijar una cierta cantidad de tiempo cada día para la autocrítica constructiva. Dentro de este período podremos evocar un sentimiento de tristeza profundo y abrumador por nuestras imperfecciones, que proviene de darnos cuenta de cuánto nos hemos apartado de nuestro Creador.

Este estado de total remordimiento despierta la misericordia Divina que trae con ella el perdón y la fuerza para cambiar. Di-s prometió que las disculpas sinceras siempre serán aceptadas, entonces terminaremos cada sesión de autocrítica jubilosos, alegres y seguros de la absolución y la purificación. Los que no pueden convertir su remordimiento en alegría están expresando una falta de fe en la misericordia Divina, aumentando su lástima por sí mismos y malogrando todo su esfuerzo por purificarse de tal manera que lo traiga más cerca de Di-s.

Por lo tanto, el desahogo y la paz mental que sigue es tan esencial como la autocrítica misma.

En otros momentos del día, cuando surgen pensamientos de culpa, incompetencia o remordimiento, debemos desecharlos inmediatamente con la intención de dirigirnos a ellos en el momento designado para tal propósito, porque sólo entonces tendremos el espacio para meditar realmente sobre la manera en que nuestras transgresiones han afectado nuestra relación con Di-s.

De esta manera, evitamos la debilitante ansiedad que viene de la autocrítica constante y exacerbada, el abrumador sentimiento de ineptitud que disminuye nuestra productividad manteniéndonos preocupados por nuestro “yo”, en vez de servir a una causa constructiva. Instituyendo una disciplina diaria de autorreflexión honesta evitamos también la igualmente tortuosa trampa de la autojustificación, el hábito de racionalizar nuestras malas conductas. La raíz de todas las características malas del alma es la incapacidad de admitir y reconocer nuestros errores, la mejor arma contra esto es la autocrítica.

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