VIVIR CON EL TIEMPO

Abraham y el Comienzo del Reinado

Escrito por el rabino Yosi Peli

¿Realmente queremos un rey? Por un lado, creer en la revelación del Mashíaj es una de las expresiones más fundamentales de nuestra fe, y ¿qué es el Mashíaj sino un rey de carne y hueso que reinstaura la dinastía del Rey David? Por otro lado, no hay duda de que hay muchos judíos (incluso los más “religiosos”) que en realidad no creen en lo que dicen creer… lo que significa que no pueden decir honestamente: “¡Sí! ¡Eso es lo que quiero!” La reacción visceral más probable podría ser: “¿Un rey? ¡¿De qué estás hablando?!”

Los conceptos de reinado y realeza despiertan una cierta sensación de extrañeza y transculturación en la persona media de nuestro tiempo, ¡y con razón! Desde la Biblia y hasta las últimas generaciones, el “rey” es casi sinónimo de tiranía, corrupción, derramamiento de sangre y todo tipo de maldades. La pregunta es si esta es la única opción disponible. Necesitamos rever estos conceptos que encontramos en modelo negativo que se ha acumulado a su alrededor y estudiarlos nuevamente desde su origen, aprendiendo qué es un rey y qué significa reinado y qué método de gobierno realmente queremos lograr. Si tenemos éxito, incluso podríamos volver a etiquetar el término “reinado” con una connotación positiva.

Rebelémonos 

Por cierto, la primera vez que el concepto reinado aparece en la Torá es en un contexto negativo. La porción de la Torá de Noaj nos enseña acerca de Nimrod: “Él era un cazador audaz ante Dios… y el comienzo de su reinado fue Babilonia”. Los sabios le asignan la dudosa corona de “el rebelde de Dios”, quien estuvo a la cabeza de los constructores de la Torre de Babel. Incluso los reyes que encontramos al comienzo de la porción de la Torá de Lej Lejá aparentemente tampoco son las personas más justas, ni el Faraón ni todos los reyes de Sodoma y Gomorra, ni la coalición de cuatro reyes que los combatieron (en la primera guerra de la Torá).

La sociedad humana tiene una tendencia natural a organizarse en un marco político encabezado por algún tipo de gobierno, como dice Maimónides: “El hombre es político por naturaleza” (Guía de los Perplejos). Pero muy a menudo el que llega a la cabeza de la pirámide política es el que está más preparado para pisotear sin vacilar a todos los demás, gobernando por el poder de la fuerza y ​​no por la justicia. Por eso cualquier gobernante que desee expandir y fortalecer su reinado, es decir, a sí mismo, construye una fortaleza que se eleva hacia el cielo (y no le importa cuántos resultan heridos en accidentes de trabajo) y se rebela contra Dios que una vez fue el Rey del Universo y nos dijo cómo comportarnos. Así es Nimrod, נמרוד, lit.: “Rebelémonos”).

El Valle de Abraham [el Rey]

Pero ¿Qué pasa con el héroe de Lej Lejá, Abraham? Aparentemente, Abraham está lejos de ser llamado rey. Es un hombre de fe solitario y errante: “El mundo entero estaba de un lado y Abraham estaba del otro lado”. Abraham no tiene dominio propio, y la tierra prometida a su descendencia aún está en posesión del pueblo Cananeo. Según los sabios, Abraham estaba en contra de la construcción de la Torre de Babel. Se enfrentó a Nimrod, destrozó los ídolos y fue arrojado al horno de fuego, como un profeta que reprende al rey en las puertas de la ciudad y clama que se destruya el reino junto con sus ídolos.

Sin embargo, sorprendentemente, los sabios coronan a Abraham con la corona del reinado. Después de su victoria sobre los cuatro reyes, el versículo dice que el Rey de Sodoma salió hacia él, “Al Valle de Shavé, que es el Valle del Rey”, y Rashi explica que este es “el valle donde todas las naciones se convirtieron en iguales (shavé en hebreo) y coronaron a Abraham sobre ellos como príncipe de Dios y su representante”. Pero ¿sobre qué gobernaba realmente Abraham? No tenía reinado, e incluso se vio obligado a pagar el precio total de un lugar de entierro para Sará. Más bien, Abraham fue un “príncipe de Dios”, cuyo reinado no comenzó con posesiones materiales sino con el reconocimiento de que Dios está por encima de todo. Abraham no era un guerrero tirano, sino alguien que enseñaba la fe e irradiaba amor, alguien que ordenaba a su casa actuar con caridad y justicia.

Rey de la justicia

Al lado de Abraham aparece otra figura positiva de la realeza, “Malki Tzedek, rey de Shalem” (quien según los sabios era el hijo de Noaj, Shem). También reconoció a Dios como la Deidad única y como la fuente de la justicia, sin embargo, quedó claro que Abraham era más digno que él del reinado de la justicia, ya que Abraham representaba la fe refinada en Dios, y los sabios describen cómo Malki Tzedek transfirió la corona a él. En resumen, Abraham devolvió el reinado a Dios y solo como resultado de esto se convirtió en rey, como alguien que señala hacia arriba y dice: “¿Quién es el Rey de Gloria? El Dios de los Ejércitos.”

Abraham definitivamente está preparado para ponerse su espada y salir a la guerra, cuando surja la necesidad. También es consciente del hecho de que su descendencia finalmente tendrá el control total de un reino grande y extenso, desde el río Nilo hasta el Éufrates. No obstante, la realeza genuina no se adquiere a punta de espada, ni conquistando amplios espacios; más bien, es otorgado por la gracia de Dios a aquellos que Él considera aptos para representar Su reino en la tierra.

Esto significa que la soberanía de Abraham no viene simplemente como una respuesta a la necesidad genuina de gobernar la sociedad, sino para enseñar el verdadero conocimiento, fe, rectitud y justicia, bondad y compasión, y él es el representante del reino de Dios en la tierra. Cualquiera que crea en lo que dice, cuando dice: “Yo creo con fe perfecta en la venida del Mashíaj”, sabe que de la descendencia de Abraham podemos esperar un rey que sea como él, y así será. El punto culminante de la descripción de Isaías de la figura mesiánica en su profecía es con las palabras: “Y la justicia será un cinturón para su cintura, y la fe un cinturón para sus lomos”, exactamente como Abraham, que está lleno de fe y caridad y las lega a todos nosotros.

Basado en las enseñanzas del rabino Itzjak Ginsburgh

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