MESIRUT NEFESH Y EL BAAL SHEM TOV

Todo Israel tiene parte en el Mundo por Venir, (Sanhedrín 11:1) como está dicho: “Y Tu Pueblo son todos justos, ellos heredarán para siempre la Tierra. Son la rama de Mi plantación, la obra de Mis manos, para enorgullecerse” (Ieshaiá 60:21) (Mishná introductoria de PirkéAvot) 

Rev Menajem Mendel Futerfas (1906-1995) fue un mashpía (consejero) muy conocido y querido de la Ieshivá de Jabad en Kfar Jabad. El Rebe lo envió a Israel luego de salir de Rusia tras largos años de prisión, acusado de profesar el judaísmo. Jasid apegado esencialmente al Rebe, aconsejaba e inspiraba a los jóvenes de la Ieshivá con sus historias de tzadikim, de los judíos en Europa y de cómo consiguió luchó contra el régimen opresor por su apego al Rebe, viviendo en Israel hasta su fallecimiento. 

Hace unos días, el Shabat de JolHamoedPesaj, el escuché de uno de sus discípulos un relato que escuchó de su boca, y se remonta a la época de los sares, cuando el imperio estaba dividido en condados, gobernados por enviados del gobierno con poderes casi absolutos llamados paritz. En uno de los condados vivía una comunidad judía y el paritz era verdaderamente despiadado con ellos y los odiaba. Cierta vez decretó que los judíos sean despojados de sus propiedades y desterrados en un plazo perentorio. Cuando los líderes de la comunidad se enteraron del decreto, sin saber qué hacer fueron a pedirle bendición y consejo al Baal Shem Tov. Este les dijo que enviaran a Moshé Eliézer al gobierno central para que los convenza de anular el decreto. En el pueblo no sabían quien era esta persona, pero averiguando se enteraron que en las afueras del pueblo había una señora anciana, cuyo padre se llamaba así. 

Fueron a verlo, y por supuesto era muy viejito, enfermo y postrado en la cama bajo el cuidado de su hija, y casi no hablaba. Pensaron que rev Moshé Eliézer difícilmente podría representarlos y explicar las razones que convenzan al ministro del Sar, pero la palabra del Baal Shem Tov venía directamente del Cielo y no dudaron en seguirla. Prepararon una carta con todas las explicaciones de la manera más convincente y respetable, acondicionaron una carroza cómoda para que el anciano pudiera soportar la travesía, y lo enviaron con la tremenda misión de representar a los judíos de la comarca y salvarlos de tan extremadamente peligrosa situación. 

Al llegar a la sede del gobierno en Moscú, lo ayudaron a bajar y con gran dificultad se dirigió a la oficina del ministro que se ocupaba de esos asuntos. Luego de la espera correspondiente, ingresó a la sala y se sentó frente al escritorio del ministro presentándole la carta que le habían preparado. Este la leyó rápidamente y luego se quedó observando largamente al anciano, con una mirada seria y penetrante. De repente con decisión presionó un botón que había debajo de la mesa, abriéndose una puerta detrás de la cual salieron dos guardias de presencia imponente, que ingresaron y levantaron a Moshé Eliézer de ambos brazos, ingresándolo por la puerta de donde salieron. Allí lo bajaron al sótano donde estaban los calabozos, abrieron la puerta de uno de ellos y lo dejaron allí encerrado sin más explicación. 

Acostado en el camastro de paja, el pobre judío no entendía lo que estaba pasando y no sabía qué había molestado tanto a esa persona, sólo sabía que era el momento de pedirle a Hashem que lo ayude y se puso a rezar con la fe y la confianza en Hashem que lo acompañaron toda su vida. Pasaron unos momentos y la puerta se abrió nuevamente, presentándose los carceleros trayendo un recipiente con brazas ardientes y dentro de ellas una jarra con plomo fundido. Junto con ellos venía un cura que se le acercó y le dijo: “esta es tu única oportunidad de salir vivo, o te conviertes al cristianismo o serás ahogado con el plomo fundido que quemará tus entrañas”. Nuestro pobre Moshé Eliézer, pensó para sus adentros que toda su vida había sido un judío fiel al Dios de Israel y cumplido sus preceptos, si este era la forma en que su Creador había decidido que termine sus días, que así sea, pero de ninguna manera iba a convertirse. 

Al negarse rotundamente el cura trató de convencerlo, pero al ver la firmeza del anciano se retiró para que los verdugos cumplan con la sentencia. Moshé Eliézer se acostó sobre la cama, dijo el Shemá final, abrió la boca y esperó a que todo termine. De repente algo entró en su boca, pero en vez de quemarse con el plomo, sintió la dulzura de una cucharada de miel. Abrió los ojos y miró a los guardias sin entender qué estaba pasando, mientras lo alzaban de los brazos para subirlo nuevamente al despacho del ministro. 

Lo sentaron, el hombre lo miró nuevamente y le preguntó: “dime, ¿no te acuerdas de mi?”. Moshé Eliézer trató de identificar la cara que lo estaba interrogando pero no pudo recordar nada, “no señor” le contestó. Pues te lo explicaré. En una de las comarcas, había un terrateniente muy desalmado, que era odiado tanto por los judíos como por los gentiles. Su maldad era tan grande que el pueblo no pudo más y lo mataron, destruyendo todas sus propiedades. Yo era su hijo, un niño pequeño que de repente me vi en la calle mendigando de casa en casa amparo y comida, pero como sabían que era su hijo nadie me quiso ayudar ni abrigar. Salvo la casa de una familia judía, donde me recibieron, me dieron de comer y me dejaron que viva con ellos. 

Como era muy inteligente, al poco tiempo aprendí el idish que hablaban y comprendí las cosas que decían. Crecí en ese ambiente cálido y misericordioso, hasta que me hice grande y me fui de allí, estudié, escalé posiciones y llegué al cargo en que me encuentro hoy. Por supuesto, el hombre que hizo eso por mi eras tu, pero pasaron los años y nunca más te vi, aunque siempre quise recompensarte por el bien que me prodigaste. Cuando llegaste te reconocí, leí la carta y ya tenías concedido el pedido, eso no era problema para mí, ¿pero cómo recompensarte? 

Al verte viejo y enfermo entendí que ya no estabas en condiciones de disfrutar de la riqueza y los lujos de este mundo que yo te pudiera ofrecer. Pero durante el tiempo que estuve en tu casa comprendí qué era lo más importante para ti, que entregarías la vida antes de renunciar a tu fe judía, así que decidí obsequiarte el mejor regalo, que podrás disfrutar en los días que te queden y en los días del mundo por venir: la posibilidad de cumplir con el precepto de mesirutnefesh, entregar la vida antes de renegar de la fe de Abraham, Itzjak y Iaakov, el Dios de Israel y Su Torá.

 A partir del primer Shabat después de Pesaj y hasta Rosh Hashaná es nuestra costumbre leer las mishnaiot de Pirke Avot, “La Ética de Nuestros Padres”. Arriba transcribimos la Mishná introductoria antes de recitar cada capítulo. La primera Mishná del primer capítulo dice: 

“Moshé recibió la Torá en Sinai y la transmitió a Ieoshúa, Ieoshúa a los Ancianos, los Ancianos a los Profetas, los Profetas a los Hombres de la Gran Asamblea” Ellos [los Hombre de la Gran Asamblea] dijeron tres cosas: Sed prudentes en el juicio; formad muchos discípulos y haced un cerco en torno de la Torá.”

Esta es la base del judaísmo, la cadena de transmisión de los Mandamientos y Preceptos que recibimos en el Monte Sinaí y por ello entregamos las vidas durante todas las generaciones. Para que esto sea confiable, debe ser pasado exactamente de uno a otro sin que se cambie una sola coma de la Torá escrita y la oral que recibió Moshé de la Boca del Rigor [el Todopoderoso].

Una sola letra cambiada lleva en el transcurso de las generaciones a otra cosa, que no se parece en nada a la Voluntad original de Hashem. Y esta es la misión del Pueblo Judío, transmitir de generación en generación a sus hijos y a todos los pueblos del mundo la Torá sin modificaciones. Para poder hacerlo Hashem les entregó a los judíos la capacidad del mesirut nefesh, del autosacrificio incondicional en aras de santificar el Nombre de Hashem y cumplir sus preceptos. 

Esto lo hicimos palpablemente toda la semana de Pesaj, recordando la salida de Egipto de nuestros ancestros, reviviéndola día a día, cuidando cada detalle del Seder y de la limpieza de la casa, y de ella debemos adquirir algo que perdure el resto del año, para seguir “recordando el Éxodo y saliendo de Mitzraim cada día y en cada momento, cuidando los preceptos de la Torá con la misma determinación, defendiendo nuestros derechos como judíos, y esparciendo los manantiales del Baal Shem Tov para traer la Redención YA. Salimos de la esclavitud material para poder servir a Dios, y al estar por encima de lo físico y a la vez inmersos en ello, transformamos ese mundo material en un instrumento de revelación de la Divinidad, porque como dice Shlomó, hay una ventaja en “la luz que proviene de la oscuridad”. 

Estudiamos que el jametz/leudado que tenemos cada uno dentro representa nuestro egoísmo, el yo que nos impide reconocer la presencia del Creador, y que la matzá/ázimo es la autoanulación que permite liberarnos de nuestro ego y dar lugar a que Dios more dentro nuestro, porque “No hay nada más que Él”, y por ende, si estoy yo, Él no está. En la semana de Pesaj cuidamos de manera estricta que no haya jametz en absoluto, porque hay algo especial en las leyes de Pesaj que las diferencia del resto de los principios del kashrut. Durante el resto del año si cae por accidente una parte de leche sobre sesenta de carne, esa leche se “anula en sesenta” y el alimento continúa siendo kasher. En cambio, en esos siete días está prohibido que haya la más mínima cantidad de jametz en los alimentos. Si cae una migaja de pan en la sopa, el jametz no se anula y la sopa no se puede tomar. 

Espiritualmente es lógico, si Hashem es infinito, la más mínima partícula de “algo” ocupa parte de su lugar. Por eso en este cuidado ponemos lo que nuestros sabios llaman mesirut nefesh, un sentido especial de autosacrificio y entrega confiada a la Providencia Divina de Dios, a las leyes de la Torá que nos entregó, y a los sabios que puso para que nos guíen, que debemos conservar para todos los actos de nuestra vida diaria. Esto sostuvo al pueblo judío durante todas las generaciones, y por esa entrega desinteresada llegamos hasta aquí, a los últimos momentos del exilio y el comienzo de la redención inminente. 

Muchos no creen en todo esto, quieren ejercer su “libre albedrío” y decidir por ellos mismos. Para ejercer el libre albedrío hay que conocer a fondo las opciones que se están sopesando, y la mayoría no conoce a la Torá, el lado espiritual que da vida al mundo y a su Creador, por lo que se están engañando, en verdad eligen sus instintos. A ellos hay que incentivarlos a despertar la chispa Divina que los anima y a conectarse con su esencia. 

Otro sí creen en El, pero se engañan con que “en realidad la Torá fue escrita por el hombre, se puede ir “reformando” o “reconstruyendo”, o que los sabios dictan las leyes y yo puedo cumplirlas o no, o a lo mejor los sabios se confabularon para tenernos dominados con sus leyes tan extrañas y estrictas, o que evidentemente hay pueblos más sabios que nosotros y no tenemos toda la verdad, mejor parecernos a ellos y vivir en paz eliminando el judaísmo que tantos problemas nos trae, etc. etc.” y todo tipo de pensamientos que invaden la mente del hombre. Por eso necesitamos un líder con principios eternos, que nos enseñe a conectarnos con Dios, a nuestra esencia. Eso es Moshé, el “pastor fiel”, eso es el Rebe. 

Si entendemos de qué se trata el mesirut nefesh, “entregar la vida” por nuestra fe, la confianza de que todo lo que hace Hashem es para bien, podemos atraer la bendición de Hashem para toda la humanidad y traer alegría y paz al mundo, defendiendo así la vida, la Tierra, nuestros principios y nuestro futuro junto con el de toda la humanidad.

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