PARTE 22   LA ESPADA Y AL ARCO

La Torá alude a dos formas de comunicación con Di-s -la meditación y la plegaria- cuando relata la bendición de Iaacov a su hijo Iosef: “He tomado esta ciudad (Shejem) de los amoritas con mi espada y con mi arco”. El traductor arameo Onkelos, interpreta la palabra “espada” como una plegaria en el sentido de contemplación/meditación y la palabra “arco” como plegaria con sentido de súplica. El primero describe un proceso de ingresar a un estado de solemnidad y devoción, mientras que el segundo se refiere a nuestra conversación real con Di-s, con lo que se llega a la culminación de todo el esfuerzo.

Las enseñanzas jasídicas explican en extenso cómo la meditación –la batalla con espada y lanza- es un combate cuerpo a cuerpo; una lucha contra la maldad conciente, contra aquellas cosas que son percibidas y vividas verdaderamente como “enemigas del alma”. La concentración equilibrada y enfocada en el Shemá puede erradicar la maldad palpable en el alma y rectificar la dimensiones concientes de la personalidad.

No obstante, este es todavía un estado inmaduro porque el subconciente aún no está controlado.

La plegaria –el combate con arco y flecha- es la batalla contra el mal subconciente escondido. Las flechas son arrojadas a ciegas y Di-s las dirige hacia el objetivo.

Pero si la victoria sobre el enemigo invisible depende de Di-s, entonces ¿por qué algunos “arqueros” son más exitosos que otros? Las enseñanzas jasídicas explican: los equilibrados y a la vez humildes son los más exitosos. Metafóricamente, el arquero se prepara para la batalla “encordando la flecha”, o sea, colocándola en su lugar y estirando la cuerda. Esto significa llevar el cuerpo y el alma a un estado de equilibrio y tensión positiva. Existen instrucciones precisas para realizar esta tarea y el arco debe estar afinado como las cuerdas del arpa, de esta manera, aunque el disparo sea a ciegas y contra un enemigo invisible, las flechas llegarán a destino porque el arquero estará en armonía con Di-s.

La tensión creada al doblar y estirar el arco –o sea, al unir los dos polos del cuerpo y el alma- debe ser positiva y constructiva y no lo contrario. El éxito es directamente proporcional a la autoanulación y desinterés del arquero, de lo contrario, la inflexibilidad quebradiza del ego y el ensimismamiento romperá el arco en vez de alistarlo para la acción.

[Este principio es particularmente aplicable al proceso de teshuvá. El factor limitante en el crecimiento personal y espiritual es el grado en que la persona puede despojarse de las múltiples capas de su ego. Es importante desacelerar y tomarse tiempo si es necesario, para evitar precipitarse hacia un punto de ruptura.]

La excepcional fuerza requerida para estirar un arco representa la humildad de recordad constantemente la dependencia humana de Di-s y la extrema insignificancia del ego y la personalidad. Los arcos antiguos usados como armamento de guerra eran apuntados hacia arriba en un ángulo de 45 grados y la cuerda era estirada en dirección opuesta hacia la tierra. Estirar hacia abajo simboliza la humildad, la que determina la distancia que recorrerá la flecha. Luego de este esfuerzo previo de tensar y jalar del arco, el arquero libera la flecha y Di-s realiza el trabajo final de dirigirla hacia el blanco correcto.

Salir victorioso con el arco es alcanzar el estado de madurez más elevado, cuando el arquero controla y dirige los niveles concientes y subconcientes de la personalidad. La iniciación purifica los aspectos concientes del ser y la integración lleva su claridad hacia los niveles subconcientes ocultos del ser, incorporando veracidad en el yo físico provocando su transformación en concordancia. La primera opera a través de la meditación y la última por medio de la plegaria.

A primera vista, podría parecer que la meditación debería ser el método de elección para penetrar en el subconciente, mientras que la plegaria estaría limitada por los horizontes de la percepción conciente. Pero de hecho es todo lo contrario. La meditación es un proceso de pensamiento conciente y discursivo que culmina en la concentración sobre un tema en particular o punto de enfoque. Si lo logramos o no (en otras palabras, nuestra habilidad de concentrarnos) depende de nuestra fortaleza mental. El grado de penetración en la profundidad del asunto o el desarrollo del pensamiento a través de varios niveles de abstracción, dependerá de la magnitud de la concentración. Si somos “ignorantes” es porque no nos concentramos bastante como para analizar los detalles que conforman nuestro entorno. Somos conducidos primariamente por nuestro subconciente porque no examinamos estos impulsos, poniéndolos así bajo nuestro control conciente.

Para liberarnos de la obediencia ciega a nuestros impulsos físicos, seleccionando exclusivamente las motivaciones apropiadas según las cuales actuar, debemos diferenciar entre aquellos deseos que son verdaderamente favorables a nuestros objetivos y los que desperdiciarán nuestra energía y en definitiva nos llevarán a la derrota.

La meditación refuerza la habilidad de concentrarse. Aunque amplía los límites de la percepción conciente para incluir más y más de lo que antes era inconciente, sin embargo, su campo de influencia primordial sigue siendo los reinos concientes del intelecto y las emociones.

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