PARTE 25    DESARROLLO DEL GUSTO POR LA VERDAD

Como se explicó en el capítulo anterior, la palabra jej, paladar, es también la raíz de la palabra jinuj, educación. La habilidad de paladear o descubrir la verdad se desarrolla en etapas, representadas por las permutaciones o las imágenes que refleja la palabra jej, que está compuesta por las consonantes hebreas jet y caf. Cuando se invierte el orden de estas consonantes, se forma la palabra coaj, que significa “poder o fuerza”.

El educador primero debe sensibilizar a sus estudiantes a la verdad, cultivando en ellos un deseo (o “engolosinamiento”) por la autenticidad, procediendo a elegir las lecciones más saludables y digestivas y sirviéndolas atractivamente, para que los estudiantes deseen probarlas y así abrirse a esa nueva dimensión de la realidad. Aquí, la influencia del educador es circunstancial, pone en contacto a sus discípulos con una idea, pero no intenta aún modificar sus personalidades. Su próximo paso, sin embargo, es infiltrarse realmente dentro de sus almas y comenzar a refinar sus personalidades, reforzar su sensibilidad a la verdad.

La sensibilidad a la verdad requiere profesarle devoción. El educador tiene que grabar en sus educandos la necesidad de estar dispuestos a pagar cualquier precio que sea por ese artículo tan valioso, vital e indispensable y a no tolerar la aparente comodidad de las mentiras y la irrealidad. Para transmitir esta lección debe estimular la sensibilidad por lo esencial y por las necesidades de los demás y a la vez desalentarla respecto a lo superficial y a sus necesidades propias de confort físico. De esta manera los estudiantes se desligan de las cosas que atraen a la gente a la complacencia y la tolerancia ante el engaño. Cuando expresan su compromiso con la verdad a través de acciones y sacrificios concretos, pueden recibir revelaciones de luz y verdad mucho más sutiles y potentes, esto es: “la bondad (y dulzura) de Dios” (ver nota al pie) que el Rey David menciona en los salmos.

Así como la brújula busca el norte, la persona de gustos refinados se orientará hacia esa fuente interior en Di-s que yace por debajo de toda experiencia. Esta habilidad es el fundamento de la sabiduría.

Nota

El Talmud describe al mundo por venir como el en que Dios “removerá el sol de su envase”. Esto se refiere a una era en que la verdad y la luz espiritual de Dios iluminará el mundo con una intensidad incontenible, equivalente a la experiencia de la luz física en la superficie del sol. El crecimiento en nuestras vidas nos prepara para esta experiencia. El Talmud dice que a aquellos que hayan adquirido un nivel de santidad en sus vidas se les dará el poder de resistir esta explosión abrasadora de revelación. Sus sensibilidades fortalecidas y refinadas les permitirá disfrutar de la tibieza solariega de esta experiencia de Dios que de otra manera sería un fuego consumidor.

Los sabios del Talmud nos aseguran que un día alcanzaremos este nivel de santidad, pero entre tanto permanece el problema de ¿cómo? Después de todo, obviamente estamos muy lejos de esto por ahora.

Por supuesto, aquellos que han dedicado su vida al bien, perseguido la verdad y a Dios, ya están a un nivel de santidad y no requieren otros ajustes finales. Han pasado sus vidas preparándose para esta revelación irrefrenable de Divinidad y cuando llegue harán esta transición suavemente, con regocijo y abrazándola con sumo placer. Sólo han anhelado a Dios en sus vidas y ahora son capaces de experimentarLo sin la frustrante barrera de la grosera fisicalidad.

Los que se dedicaron a los placeres materiales y temporales, abandonando una relación con el bien según está definido en la Torá, no habrán realizado la tarea de refinarse y cultivar el gusto por la Divinidad. Como estas almas han rechazado o abandonado a la verdad en sus vidas, serán incapaces de disfrutar los placeres del Mundo por Venir (donde sólo existe la Luz de la Verdad Divina) hasta que su tosquedad e impureza sea purgada de ellos a través de sufrir la dura experiencia de la “vergüenza”. Esto es lo que se llama popularmente el “infierno”, la vergüenza abrazadora que siente una persona cuando “sus actos y declaraciones marchan delante de él y pregonan acerca de sus actos”.

Esta es la consecuencia que afrontamos luego de morir por no habernos dedicado en vida a la verdad como es revelada ahora. Esta purga, aunque momentáneamente es dolorosa, es en realidad una gran bendición porque transforma a los que pasan por ella, capacitándolos para apreciar los placeres espirituales del Mundo por Venir. Esto funciona como el proceso de refinación del oro. En ambos ejemplos, el mineral bruto se pone en un horno a una temperatura extrema hasta que todas las impurezas se transforman en cenizas y todo lo que queda son pepitas de oro puro.

Para que no caigamos en el error de pensar que no hay ninguna diferencia si nos prodigamos con todos los placeres de este mundo y luego pagar nuestras deudas en el próximo, o sufrimos refrenando nuestras pasiones aquí para recoger nuestro placer en el Mundo por Venir, debe servir de advertencia las palabras de Najmanides, el gran cabalista del siglo XII. Escribió que Dios ha hecho una gran benevolencia a los seres humanos al permitirnos pagar nuestras deudas en el mundo físico, donde el dolor y las incomodidades son sólo temporarias (a lo sumo por el período de una vida), de proporciones tolerables y siempre hay cierta alegría y placer intercalado. Los setenta años de sufrimiento de Job (que incluyó la pérdida de todas sus propiedades, sus hijos y también una enfermedad física permanente que abrazaba su carne) no se comparan con un sólo instante de sufrimiento de nuestras almas después de la vida. Esto es porque el cuerpo actúa como una barrera aislante que protege el alma de muchas incomodidades. El cuerpo o la mente entran en estado de shock cuando el dolor se vuelve insoportable, pero después de la muerte el alma está totalmente expuesta y no hay protección ni lugar donde esconderse.

Por lo tanto, la oportunidad de afrontar las consecuencias de nuestras transgresiones en este mundo, antes que, en el siguiente, es un regalo de amor que Dios ha incluido en el sistema para nuestro beneficio.

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