LA REDENCIÓN DE LA CONCIENCIA NATURAL

Una Progresión desde la Impureza hasta la Santidad

Las porciones de la Torá Ajarei Mot y Kedoshim se ocupan de las leyes de orlá. Cuando el Pueblo Judío planta árboles frutales en la Tierra de Israel, los frutos de dichos árboles están prohibidos durante los tres primeros años, y son llamados orlá, literalmente “sobrepiel”. Los frutos que brotan en el cuarto año deben ser traídos a Jerusalem, donde son consumidos en pureza y con agradecimiento a Dios. Sólo en el quinto año pueden ser comidos libremente en cualquier lugar. Dios promete que si se observa este precepto, hará brotar abundancia sobre el Pueblo Judío.

La cabalá y el jasidut señalan que este status de tres etapas de los frutos forma una progresión.

1.       Los tres primeros años cuando los frutos son considerados orlá, corresponden a las tres cáscaras impuras que cubren todo lo que no es sagrado en el mundo. Estas son como el prepucio de la fruta y los hace prohibidos eternamente.

2.       En el cuarto año la fruta permanece limitada y debe ser comida en un lugar determinado y de una manera específica.

3.       En el quinto año, la fruta es esencialmente buena y sagrada. Ahora puede ser ingerida con agradecimiento a Dios en cualquier lugar. La fruta en si misma se transformó en una fuente de bendición infinita.

El Prepucio del Árbol y de la Carne

La palabra orlá se usa tanto para el fruto de los tres primeros años como para el prepucio del bebe incircunciso. Esto nos señala que hay una similitud entre los modelos de estos dos preceptos.

La Torá nos ordena circuncidar el prepucio del niño varón a los ocho días de su nacimiento. Hay dos etapas en este proceso:

·         Milá, donde se remueve la piel gruesa visible.

·         Priá, donde se remueve la membrana traslúcida, revelando la corona del brit, el “pacto”, con Dios, como se manifiesta físicamente en el bebé.

La Maldad Revelada y la Inconsciente

Está explicado en Cabalá y Jasidut que la etapa de milá corresponde al mal revelado en el alma. La segunda etapa, priá, corresponde al mal inconsciente del alma, la capa casi transparente de egocentrismo que puede motivar incluso nuestras buenas acciones. Enseñan nuestros sabios que para servir cabalmente a Dios, deben ser realizadas ambas etapas de la circuncisión. Realizando sólo la primera no se ha hecho nada.

(También hay no judíos, especialmente los musulmanes, que practican este ritual como obligación religiosa. Pero ellos llevan a cabo solo la primera etapa dejando intacta la membrana fina del prepucio.)

Las dos etapas de remoción del mal consciente y del inconsciente corresponde al versículo de los Salmos (34:15): “Apártate del mal y haz el bien”. Primero se debe eliminar todo el mal consciente de nuestras vidas. Esto puede ser llevado a cabo por medio de nuestra fortaleza ética. Entonces podemos dedicarnos verdadera y libremente a hacer el bien, que es el propósito máximo de cada judío y de toda persona en la tierra. Pero sin embargo el bien no fluirá a menos que la membrana de la maldad inconsciente también sea removida. Para esta etapa de la circuncisión necesitamos inspiración Divina para redimir y revelar nuestra santidad y adquirir el poder del infinito, el regalo de traer nuevas almas santas al mundo.

La Progresión de lo Impuro a lo Sagrado en los Árboles

Este modelo básico también se refleja en los árboles. Cuando nos abstenemos de los frutos de los tres primeros años, que corresponden al mal evidente, eliminamos esta maldad de nuestra realidad. En el cuarto año, cuando comemos los frutos en santidad en Jerusalem, llevamos a cabo la segunda etapa de la circuncisión, priá, removiendo la capa fina de egocentrismo de nuestras almas. El mismo hecho de consumir los frutos en Jerusalem, nos brinda la inspiración Divina que necesitamos para ser conscientes de Dios y agradecerLe. Entonces alcanzamos el estado de santidad necesario para entrar al estado de conciencia natural del quinto año, cuando la bendición Divina aumenta infinitamente, como el infinito alcanzado al traer nuevas almas al mundo.

El Prepucio Interior

Aparte de aparecer en relación con nuestra realidad exterior (los árboles) y nuestro cuerpo (la circuncisión), la palabra arel, “prepucio”, aparece en la Biblia en tres contextos adicionales:

·         En Deuteronomio (10:16) “Y habrán de circuncidar la orlá de vuestros corazones…” (retornando a Dios),

·         En Jeremías (6:10) “Sus oídos están cubiertos con prepucio,”

·         Y en Éxodo (6:12) Moisés se llamó a si mismo “aral sfataim,” que tiene un prepucio sobre sus labios (dificultándole su capacidad de expresión).

Estas tres apariciones de arel se relacionan con nuestra realidad interior. Exploremos las dos etapas de la circuncisión en cada una.

El Corazón: Asiento de los Pensamientos

Los pensamientos espontáneos de los deseos (lujuria, poder, crueldad, ira, etc.) están en el corazón. Estos pensamientos provienen de los atributos del corazón de la persona (amor, temor, agradecimiento, etc.) que aún no fueron rectificados. La primera etapa del proceso de la teshuvá (“el retorno a Dios”) es identificar esos pensamientos como una forma del mal. Entonces podemos comprometernos conscientemente con los pensamientos buenos que desplazarán a los malos. Esta es la primera etapa de la circuncisión del corazón (retirarnos o alejarnos del mal) y depende de nuestra fortaleza ética. En hebreo, “retírate del mal”, sur merá, comparte la raíz con musar, “comportamiento ético”.

La primera etapa debe ser seguida por la segunda, remover las motivaciones egocéntricas que dictan nuestros pensamientos. Para lograr esto se necesita la inspiración Divina. Para remover las motivaciones egocéntricas inconscientes, debemos conectarnos fuertemente con los pensamientos profundos y santos de la dimensión interna de la Torá, la cabalá y el jasidut. Más que simplemente reemplazar los malos pensamientos por otros buenos, en esta segunda etapa debemos pensar pensamientos que nos conecten conscientemente a Dios.

Los pensamientos están conectados con los frutos del alma. Nuestro primer paso es abstenernos de todo fruto prohibido de los tres primeros años. Cuando conectamos profunda y conscientemente nuestros pensamientos con Dios, es como si estuviéramos trayendo los frutos del cuarto año a Jerusalem, donde damos cuenta de ellos con agradecimiento a Dios. Al hacer esto llegamos al quinto año, cuando el flujo natural del corazón es de pensamientos y actos buenos.

Los Oídos: Buenas Vibraciones

Nuestros oídos son nuestros “receptores”, absorbiendo transmisiones audibles e inaudibles de nuestro entorno. En la primera etapa de la circuncisión, uno puede cerrar sus oídos en cuanto identifica una comunicación negativa. (Nuestros sabios enseñan que el lóbulo de la oreja está diseñado para este propósito.)

La segunda etapa trata de la sintonización fina. La realidad está llena de vibraciones, algunas de ellas reveladas y que pueden ser enfrentadas directamente (primera etapa). Otras vibraciones están ocultas, condicionándonos subliminalmente a percibir la realidad de una manera particular (generalmente negativa). En nuestra segunda etapa de circuncisión, debemos remover estos condicionamientos subliminales y afinar nuestros oídos para recibir transmisiones positivas. Esto incluye escuchar conscientemente cosas buenas de los demás, como así también percibir la Providencia Divina de Dios a nivel personal y universal. Esto corresponde comer los frutos del cuarto año y eleva nuestra conciencia hacia el flujo natural de santidad del quinto año.

Los Labios: Las Palabras de la Torá

Los labios son nuestros transmisores. La primera etapa de circuncisión de nuestros labios es asegurarnos de que no transmitan ninguna maldad evidente. En la segunda etapa, se debe realizar la afinación delicada de nuestra habla. Esto incluye la remoción de todo motivo sutilmente egoísta que se pueda tener para decir ciertas cosas, incluso palabras de santidad. Además, se debe hacer un esfuerzo consciente por hablar palabras de santidad, particularmente de Torá y Jasidut. Al decir y enseñar estas palabras, uno se conecta a Dios con gratitud, como cuando da cuenta de los frutos del cuarto año en Jerusalem. Hablar palabras de Torá remueve el mal inconsciente del habla y abra el camino del quinto año en que nuestro hablar fluye con una santidad natural.

Cuando trabajamos para circuncidar tanto nuestra realidad exterior como nuestros cuerpos y nuestras almas, logramos la conciencia de santidad fluyendo naturalmente del quinto año, atrayendo la bendición infinita de nuestro Creador en todas las facetas de nuestras vidas.

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