PARTE 13    INTEGRACIÓN Y CRECIMIENTO ESPIRITUAL

Ahora estamos preparados para ver cómo interactúan las tres etapas de crecimiento espiritual del Baal Shem Tov con la fase de integración del proceso educativo.

Fase de la EducaciónEtapa del Crecimiento EspiritualCometido de la Voluntad
Integración3. dulcificaciónRectificación del Alma
2. separaciónRectificación de la Realidad
1. sumisiónRectificación de la Personalidad

El cometido de la integración es la implementación de esta voluntad o deseo del bien recientemente inspirado y perfeccionado. El proceso de arraigarlo dentro de la personalidad, de expresarlo en forma concreta en cada detalle de la vida, es llamado tikún (“reparación” o “rectificación”). No obstante, rectificar la voluntad es en realidad rectificar el instrumento a través del cual opera, ya que la voluntad del bien es pura en si misma. Desciende y se integra dentro del ser cuando hay un lugar para que ello ocurra. Esta secuencia de eventos es inducida por el afán de volverse una persona más honesta, amorosa, paciente y generosa. Crea un “espacio” por medio de eliminar las impurezas negativas y autoindulgentes que bloquean e inhiben el proceso de integración.

Por eso la primera etapa de concreción de esta noble y excepcional voluntad requiere la rectificación de la personalidad. Demanda sobreponerse y doblegar los rasgos negativos de carácter y cultivar los positivos, dos pasos críticos para el proceso de crecimiento. Como ya vimos, de acuerdo con el Baal Shem Tov la clave para el desarrollo del carácter es la “sumisión” o la nulificación del ego. Todas las características son malas según el grado en que estén ligadas al ego y mancilladas por el egoísmo o motivos ulteriores y son buenas en la medida en que sean desinteresadas. En esta primera etapa, la atención es dirigida hacia la esfera más íntima de la realidad del ser y la personalidad.

El paso siguiente de integración de la voluntad dentro de la realidad es llamado “la rectificación de la porción propia del mundo”. Esto significa alcanzar un nivel donde cada recurso, tanto físico como espiritual, como así también cada experiencia del mundo es usada para el bien. En esta etapa, se produce la expansión de la atención, la responsabilidad y el esfuerzo para incluir tanto la realidad exterior como la interior. Cada alma tiene asignada una parte de la realidad que tiene que ser rectificada. Ninguna otra puede hacer este trabajo y cada experiencia brinda una oportunidad para conseguir que un poquito sea hecho. Algunas veces la rectificación tiene lugar “automáticamente”, sin una intención conciente, pero hay otras situaciones que requieren una intención conciente de producir la rectificación, como así también la sabiduría necesaria para saber exactamente qué hacer.

De acuerdo con el Baal Shem Tov, esta habilidad de conocer exactamente cómo traer la voluntad de Di-s hacia ese momento (y así revelar todas las posibilidades que este posee) requiere una clase de discernimiento crítico –“separación”- que puede ser descripto como “la sabiduría del éxito”. Esto significa que debemos agudizar nuestra habilidad de discriminar entre la acción apropiada y cuál no, entre la que va a ser exitosa y la que fracasará. En el empeño educativo y de instrucción debemos fomentar ciertos atributos y desalentar otros. Estas evaluaciones requieren un ojo crítico.

Esta habilidad de desacertadamente es una destreza que sólo puede ser desarrollada con la asistencia de alguien más experimentado y que está más adelantado en el camino. Esta es la tarea del educador.

La etapa final en la implementación de la voluntad va más allá del estrato físico de la realidad e involucra la rectificación de las almas. En la descripción del Baal Shem Tov del desarrollo espiritual, esto refleja la etapa de “dulcificación”. Los que han avanzado a este nivel son “velas que iluminan otras almas”; tales personas han asimilado las enseñanzas de la Torá dentro de lo más profundo de su ser. Se han vuelto un ejemplo viviente de la verdad de la Torá y una fuente de luz para todo lo que lo rodea, como asevera el libro de Eclesiastés: “La sabiduría del hombre ilumina su rostro”. Este resplandor es una fuerza tangible que cura y rectifica las almas que toca. Este es el poder de “dulcificar”, la etapa más elevada del servicio espiritual.

Un educador debe recordar que los actos de cada persona son motivados en definitiva por su deseo de unirse a Di-s. En la medida en que ese deseo sea conciente e integrado, el estudiante tendrá éxito en su cometido. Pero si permanece inconciente e inconexo, su comportamiento estará distorsionado e incluso será autodestructivo.

El educador debe buscar este punto de verdad detrás de cada acto, para reconocerlo, verbalizarlo y reforzarlo. Esta es la tarea de la inspiración y la integración. Si es sensitivo, inspirará exitosamente en sus estudiantes una determinación conciente de la voluntad hacia Di-s y Su ley y les enseñará cómo integrar su anhelo espiritual en su enfrentamiento cotidiano con el mundo.

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