PARTE 34    HACIENDO ORDEN

Hasta ahora, hemos presentado una visión caleidoscópica del proceso de la educación y sus componentes claves: inspiración e integración. Cada aspecto analizado nos brindó una manera nueva de comprender las implicaciones prácticas de ese modelo simple, aunque elegante, de crecimiento y transformación. A medida que nos sensibilizamos con esta dinámica, tanto si funciona dentro de un contexto educativo o a escala más global, obtenemos varios beneficios:

Primero, como es común en todos los saltos de conciencia, una dimensión de la realidad que se había perdido en el cieno de los eventos fortuitos es súbitamente iluminada y elevada a la categoría de modelo legítimo predecible de la naturaleza. Previamente sólo contábamos con datos en bruto: sabíamos que cierta gente tiene bloqueos de aprendizaje y otros no, que algunos estudiantes están llenos de entusiasmo y sin embargo no progresan, que ciertas técnicas funcionan para algunos y no para otros, que cierto maestro es bueno para cierta clase de grupos y no para otros. La rima no era discernible, no rimaba, más bien contábamos con una fárrago de hechos y números, éxitos y fracasos. Entonces alguien clarifica el patrón y todo se pone en su lugar. De repente hay un orden, un significado y una interrelación en lo que parecía ser una masa caótica de eventos inconexos. Hay algo profundamente satisfactorio en de esto, la mente humana disfruta con su comprensión ampliada del mundo. Y a decir verdad esto no es poca cosa.

Si todo existe porque Dios lo ha puesto aquí deliberadamente y si Dios es la definición misma del conocimiento y la conciencia, entonces el universo debe reflejar la concepción de su Creador y contener una legitimidad en virtud de que su existencia está arraigada en la visión de Dios. Como proclama el libro de Salmos: “Con sabiduría Tu creaste todo”.

Si esto es así, el impulso humano de entender el mundo -incluso expresado en los terrenos seculares de la ciencia, la filosofía, la sicología, etc- está motivado, conciente o inconcientemente, por nuestro mandato de emular a Dios. A medida que expandimos los límites de nuestra percepción conciente y penetramos más profundamente en los territorios indómitos y desconocidos de la realidad -esos lugares que aún no han sido investigados e iluminados por la mente humana- entonces nuestra conciencia llega a acercarse a la emulación del conocimiento de Dios, donde todo es sabido y nada está oculto.

Segundo, una vez que se identifica un patrón y se construye un modelo, podemos aplicarlo a la tarea que tenemos entre manos, en este caso la educación. El educador organiza a los estudiantes en determinadas categorías: los que son fáciles de inspirar, pero no pueden permanecer en ese estado mucho tiempo, los que son trabajadores esforzados pero sin inspiración, los que necesitan mayor o menor atención para conducirlos hacia su crecimiento y cambio. Una vez que el maestro sabe qué es lo que está buscando, puede diseñar concientemente una estrategia que satisfaga cada necesidad, en vez de confiar en un golpe de suerte o fallar en el enfoque del problema.

Finalmente, este modelo de educación tiene también implicancias históricas. Por ejemplo, uno puede comenzar a referirse a la clásica cuestión de por qué fue posible para el pueblo judío experimentar, de primera mano, la más profunda revelación de Divinidad que jamás ha sido inspirada, la entrega de la Torá en el Sinaí, para cuarenta días más tarde idolatrar el becerro de oro.

La revelación del Monte Sinaí puede ser conectada con la inspiración del pueblo judío por medio de la cual fueron iniciados en el mundo de la Torá. Fue un regalo de luz y gracia desde lo alto aquí abajo, despertándolos a una dimensión completamente nueva de conocimiento y evocando en ellos una deseo apasionado por Dios. Sin embargo, esto no es suficiente por si mismo, porque no ha tenido lugar la integración, siendo que la inspiración es necesariamente fugaz cuando no hay integración. Incluso después de una revelación tan profunda como esta, tiene que haber una lucha lenta y esforzada para llevarla hacia el interior del ser y esto era sólo posible por medio de la acción, el desafío, la práctica y la repetición constante.

La Integración es un proceso que requiere tiempo y no puede ser esquivado. Hasta que se complete esta fase, está siempre latente la posibilidad del error, incluso del orden del becerro del oro. La historia completa del pueblo judío, desde aquel momento de su encuentro con Dios en el Monte Sinaí en adelante, es la pugna por hacer justamente eso. Es el esfuerzo, a la vez doloroso y gozoso, de traer la luz de Dios y la Torá hasta los rincones más alejados y sombríos de la vida, en las comunidades individuales en aquella época y, finalmente, en el mundo entero. Esto es lo que significa para Israel ser una “luz entre las naciones”.

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