PARTE 36 AUTOCRÍTICA  (Parte A)

La efectividad de un educador o consejero espiritual refleja el alcance de su autorreflexión y autocrítica. Este “conocimiento del propio ser” da profundidad y sustancia a su enseñanza y brinda legitimidad a su consejo. El educador que revisa diariamente los detalles de su vida y corrige su conducta en concordancia, adquirirá la sabiduría y la humildad de penetrar directamente en el corazón de sus estudiantes y es un criterio clave de la educación espiritual que cuando toca el corazón también llega a la mente. De un maestro así, los estudiantes aprenden a transformar la teoría en acción.

Una historia va a ilustrar este punto. El Rebe Tzemaj Tzedek, el Maestro Jasídico del siglo XIX, solía viajar periódicamente por las aldeas de la Rusia Blanca (Bielorusia) con un pequeño grupo de sus estudiantes. Pasaban varios días en cada poblado y el Rebe ocupaba todo su tiempo viendo personas una por una, contestando preguntas, aconsejando y dando bendiciones junto a sus enseñanzas. Esas visitas eran momentos de gran excitación y regocijo. Pero una mañana el Tzemaj Tzedek se excusó de su rutina y se retiró a su habitación. Sus estudiantes asumieron que estaba tomando un descanso y suponían que regresaría en una hora más o menos.

Pero cuando pasó mucho más tiempo del esperado se empezaron a preocupar y dos de ellos fueron a ver si había algún problema. Cuando se acercaron a la puerta, lo escucharon llorando y recitando salmos. Regresaron para informar a los otros compañeros lo que habían visto, como así también a la gente que esperaba en el cuarto y comenzaron todos a recitar salmos para ayudar al Rebe.

Luego de un momento regresaron los dos al cuarto del Rebe y lo encontraron recitando las plegarias de la tarde. Pero notaron que estaba agregando las partes especiales que normalmente se recitan durante los Diez Días de Temor entre Rosh HaShaná y Iom Kipur, la época en que el pueblo judío está ocupado especialmente en el arrepentimiento. Todos estaban alarmados, preocupados y a la vez curiosos.

Más tarde esa noche, en la sinagoga, el Rebe habló del poder de las lágrimas, la Torá y los Salmos para limpiar el alma de sus impurezas. Todo el día siguiente descansó y volvió a recibir visitantes sólo al día siguiente.

No sabiendo qué había provocado todo esto, los estudiantes finalmente le preguntaron al Tzemaj Tzedek que había sucedido. Una oleada de tristeza atravezó el rostro del Rebe, pero recobrando su compostura les explicó:

“Cuando una persona viene a mi en busca de consejo para sus problemas, busco ese punto sutil en mí mismo que refleja exactamente el defecto en su alma y desde ese lugar de mi propio arrepentimiento sugiero la solución. Ese día una persona vino a mi con su historia y quedé muy perturbado por sus palabras; para peor, no pude encontrar ese punto sutil de identificación dentro de mi. Esto fue aterrador, pues significaba que la falta estaba presente pero oculta en las profundidades subconcientes de mi corazón, en cuyo caso su influencia no estaba bajo mi control. Por esta razón inmediatamente comencé a rezar para sacar este defecto de un estado de ocultamiento a uno de percepción conciente y ponerlo así bajo mi control.”

Esta historia una lección para todos nosotros. Todos asumimos el rol de educadores alguna vez en la vida, tanto en relación a amigos en busca de consejo, de asesoramiento en la crianza de los hijos, el matrimonio o la carrera y cada uno es responsable de obtener lo bueno de cada una de estas situaciones. Similarmente, la Torá nos obliga a hablar cuando vemos a alguien, quien debería estar más en conocimiento, actuando en violación de la ley de Di-s. Y también aquí la obligación es ser efectivo. No alcanza simplemente informar a los demás de sus errores, también debemos comunicárselo de tal manera que quieran recibir la información y cambiar sus conductas en concordancia. Esta habilidad de tocar el corazón de los otros es sólo posible si seguimos el ejemplo del tzemaj Tzedek y nos relacionamos con las imperfecciones que vemos fuera de nosotros como un espejo de alguna falta idéntica dentro nuestro.

En la práctica, esto significa que se debe asignar cada día un determinado período de tiempo para el balance individual, examinando nuestros pensamientos y conductas con vistas a mejorarlos; en segundo lugar, cuando nos encontremos criticando a o irritados por alguien, debemos reflexionar sobre el hecho de que nuestra reacción misma nos brinda en realidad información sobre nosotros. Podemos identificar esta información dándole un nombre a la falta que vemos en la otra persona y entonces, por el momento, asumir que también se aplica a nosotros, aunque posiblemente a un nivel más sutil y más oculto.

Luego, y esta es la parte más difícil, debemos tratar de verificar esta premisa con ejemplos concretos de nuestro propio comportamiento. Luego, durante el día, cuando nos atrapamos juzgando a otra persona, debemos recordar inmediatamente nuestras propias fallas en ese área, encontrando instancias durante ese mismo día o semana en que exponemos el mismo rasgo negativo (incluso aunque nadie lo viera) y decidir corregir el problema.

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