SOBREVIVIR A LA CATÁSTROFE

shiur del rabino Ginsburgh 29 de Tishrei 5773

En la Parashat Noaj, la humanidad atraviesa dos grandes catástrofes. La primera fue el diluvio, el holocausto que aniquiló a toda la humanidad y toda vida terrestre excepto aquello que sobrevivieron en el arca de Noaj. La segunda catástrofe es la dispersión de la humanidad hacia todos los confines de la tierra, como resultado del colapso de la Torre de Babel. En la parashá de la semana anterior, Bereshit, conocimos la primera crisis de la historia de la humanidad, la expulsión del hombre del Jardín del Edén como consecuencia del pecado de Adam y Javá. Estas son las primeras tres catástrofes que acontecieron a la humanidad.


Además de estas tres catástrofes descriptas en el Libro de Génesis la narración central del Pentateuco gira alrededor de un cuarto evento crítico, la esclavitud del pueblo judío y su subsecuente éxodo de Egipto. Si lo meditamos un poco, la esclavitud de Egipto y el éxodo tenían claramente la intención de capacitar al pueblo judío alcanzar las alturas a las que llegaron. Y siguiendo esta misma línea de razonar, entender apropiadamente y rectificar cada una de las tres primeras catástrofes, puede llevarnos a mejorar la realidad.


Profundizar nuestra comprensión de estas cuatro crisis nos permitirá ver cómo cada una es un arquetipo de varias crisis y catástrofes que hemos enfrentado en el pasado y experimentamos en el presente, tanto a nivel personal como colectivo.


Primera catástrofe: El Paraíso Perdido


La primera crisis es la pérdida de un sueño. A pesar de que en la Torá el Jardín del Edén es descripto como una realidad concreta con árboles, hombre, mujer y la serpiente, de todas maneras, ningún GPS nos ha conducido nunca a ese lugar, y nadie ha fotografiado a los kerubim resguardando el sendero del Árbol de la Vida. Entonces parece que el Jardín del Edén permanece como una realidad utópica que se ha retirado a otra dimensión de la realidad, pero la puerta de acceso a esa dimensión está bloqueada a nuestro acceso. De la misma manera, podemos decir que antes del pecado de Adam y antes de su expulsión del Edén, nuestro mundo no estaba dentro de la realidad conocida y no había ningún camino que llevaba desde el Jardín del Edén hasta las regiones geográficas que nos son familiares.


Esto está implícito en el verso: “Y toda planta del campo no estaba todavía en la tierra… y el hombre no estaba…” Nuestra presente realidad no existía porque la conciencia del hombre todavía no había accedido a ella. Después del pecado primordial y de que Adam y Javá fueron exiliados del edén la imagen se invirtió. El Edén se transformó en una teoría mientras que nuestro globo asumió un estado de realidad. De hecho, el Arizal dijo que antes del pecado de Adam, la realidad estaba 14 niveles por encima de lo que está hoy; la realidad habitada por Adam y Javá permanece más allá del alcance de nuestras manos – el valor numérico de “mano” (יד ) es 14.


Hoy, la utopía es considerada un ideal teórico. Pero la verdad es que este ideal en verdad existió en el pasado en la forma del Jardín del Edén, razón por la cual continúa jugando un rol muy importante en nuestro presente estado de conciencia. Aunque vivimos en este mundo, no somos de aquí, todos fuimos exiliados del Paraíso. Pero no podemos permitirnos caer en la nostálgica divagación y vivir en un estado como de sueño. Más bien tenemos que actuar en la realidad como es ahora, donde nos encontramos ahora. “Dios lo envió del Jardín del Edén para cultivar la tierra de la cual fue tomado”. ¡Esta es nuestra rectificación”


Todos comenzamos nuestra vida con la expulsión del Paraíso: el alma ha sido exiliada de su mundo utópico y ha sido colocada en la ruda realidad con la cual estamos familiarizados. Desde ahora, nuestra vida entera está dedicada a nuestra rehabilitación del trauma de nuestra burbuja que reventó. Incluso en nuestra situación actual, como en Edén, exista una catálisis serpentina que precipita nuestra expulsión, en la forma de nuestra mala inclinación. Cuanto más éxito tenga esta serpiente, más nuestra inocencia inicial es derrotada y encontramos que la realidad es aun más cruel y alienada, dejándonos con nuestro trabajo y la necesidad de enfrentarnos con la rectificación de la crisis de nuestro paraíso perdido.


Segunda catástrofe: la destrucción del mundo


La segunda catástrofe es la destrucción del mundo. Dice Adam: “fui expulsado del paraíso”, pero Noaj no fue expulsado y no fue transportado a un nivel diferente de la realidad, pero todo su mundo fue destruido a su alrededor. Antes del diluvio el mundo no era un lugar agradable para vivir, y ciertamente no se podría describir como idílico. Sin embargo, el mundo estaba habitado, que estaba lleno de gente y animales, había bulliciosas ciudades y un estruendo constante de vida. Pero después de la inundación el mundo era estéril y un silencio espantoso llenaba el aire. Sólo una pequeña familia, que se había librado de las fuerzas del caos que asolaron la tierra durante un año entero en un arca que lleva todo un zoológico de animales, tuvo que empezar a construir un nuevo mundo.


No todo el mundo tiene que pasar por una crisis, pero mucha gente puede relacionarse con la idea de que su mundo ha sido destruido. Por ejemplo, alguien que ha perdido a toda su familia y ahora, después de su propia inundación personal tiene que empezar de nuevo. Esta es una tarea muy difícil, que requiere reunir fuerzas para empezar de nuevo.


Algunos están tentados de tratar de escapar de la realidad recurriendo al alcohol y andando por ahí borrachos, como lo hizo Noaj… Pero en realidad no hay otra opción. El viejo mundo ha sido destruido y ya no existe, y ahora sólo te queda construir un mundo nuevo sobre las ruinas. La generación anterior ha sido destruida, y tú, que formabas parte de esa generación, eres su rectificación, siempre que tengas un enfoque optimista. No tenemos que ir muy lejos para encontrar ejemplos de un Noaj moderno, es impresionante ver a los muchos sobrevivientes judíos del Holocausto, que perdieron todo lo que tenían: su familia, esposas, hijos, posesiones, y se recuperaron para construir su vida de nuevo.


Tercera catástrofe: la dispersión


La tercera crisis es la dispersión. En la generación posterior a Noaj toda la gente habló “una sola lengua y las mismas palabras.” Todos ellos vivían en un mismo lugar formando una sola sociedad. Sin embargo, su unidad estaba basada en la ciudad y la torre que habían construido con el propósito de desafiar a Dios. Esta vez, la catástrofe no vino bajo la forma del exilio o la destrucción, sino como dispersión. Ahora, de una nación que había fueron setenta, cada una con su propia lengua, su propio país y su propia cultura. Esta crisis puede parecer más fácil de sobrellevar que la expulsión del Edén o la destrucción del mundo, pero no debe ser visto a la ligera: el marco social cambió por completo y los códigos sociales tuvieron que ser reescritos.


¿Cómo se puede reparar la dispersión? ¿Puede ser que la diversidad sea la meta? Inmediatamente después de la inundación al final de Parashat Noaj, aparece el primer patriarca: Abraham. De acuerdo con los cálculos de los sabios, Abraham estuvo presente durante la construcción de la Torre de Babel, de pie como un revolucionario solitario en oposición a los constructores de la torre. Abraham, seguido de Itzjak y Iaacov, anunció una unidad real que puede reunir a un mundo disperso. Los tres patriarcas, de quienes el pueblo judío estaba destinado a venir, con el tiempo lograron un estado rectificado de unidad – no un estado humanista imaginario de paz superficial carente de sumisión a la soberanía de Dios, sino un estado de armonía en cuyo centro se encuentra el pueblo elegido para declarar que antes que todo eso “Dios es Uno y Su Nombre es Uno”.


No es difícil ver crisis de dispersión plagando las sociedades a lo largo de la historia: una sociedad unificada, o estado o imperio antes unificado, se deteriora en facciones opuestas a medida que el tejido social se va desarmando. Tomando el lugar de la cooperación basada en la positiva comunicación constructiva se enfrentan retóricamente, como si hubieran empezado a hablar diferentes idiomas, la gente deja de escucharse unos a otros, hasta que el único nivel de comunicación que queda es arrojarse piedras (una descripción dada por los sabios a la caída de la Torre de Babel).

Lo que es cierto para la sociedad también es cierto para el individuo. Todos hemos visto esas pobres almas que se debaten entre las distintas voces dentro suyo, con su paz interior perturbada y su carácter convulsionado. A menudo se los encuentra vagando sin rumbo por el mundo, en apuros para recoger los pedazos de las vidas rotas que ya no son. La dispersión, tanto si le sucede a una sociedad o un individuo puede ser rectificada descubriendo una columna vertebral central para reorganizar y unir los fragmentos.


Cuarta Catástrofe: la esclavitud


Al final de la era de los patriarcas, el pueblo judío se trasladó a Egipto y las generaciones venideras fueron esclavizadas por el faraón, creando un cuarto tipo de crisis. Ningún sueño se había hecho añicos, ningún mundo había sido destruido, y no había sucedido ninguna dispersión, pero el exilio y la esclavitud se había infiltrado en la conciencia de la gente. Una nación entera se volvió totalmente esclavizada en materia y espíritu a través de una dura servidumbre que destruye el cuerpo y no da respiro al alma, uno no puede respirar debido a que cada gota de aire y la atención es dedicada al Faraón, a tal punto que uno se olvida de la propia identidad, incluso nuestro sentido del ser, y hasta nuestro corazón es reemplazado por una mentalidad totalmente foránea.


Sólo el Éxodo puede rectificar esta situación. Sin embargo, a pesar de los diversos milagros y prodigios que ocurrieron durante el Éxodo, la mayor maravilla es la salida misma de una “nación dentro de una nación”, cuando el pueblo judío nació de dentro de las e estrecheces del exilio egipcio. La imagen fundamental asociada con la rectificación del Éxodo es la de Moshé, un redentor nombrado Divinamente enviado a tomar al pueblo judío de Egipto. Además, el proceso de rescate debe tener un objetivo, en este caso, la entrega de la Torá: “Cuando saques al pueblo de Egipto, serviréis a Dios sobre este monte”. El proceso se completa cuando el pueblo judío entrar a su patria, la Tierra de Israel.


Tal vez nos consideramos hombres libres, pero la verdad es que muchos de nosotros estamos realmente esclavizados (de hecho, ¿quién no?). El capataz no es sólo un “Gran Hermano” desde el exterior, sino también las distracciones y presiones que llenan el mundo loco en el que vivimos y se infiltran en nuestro sentido del ser. La ansiedad causada por nuestras finanzas, la necesidad de trabajar duro para ganar dinero suficiente, puede convertir a un individuo en un esclavo. Pero, aun cuando el dinero no es un problema, todavía estamos a una generación sobre estresada. Las preocupaciones y la carga de tensión constante nos agobian como un yugo de hierro y los sabios afirman que el yugo del gobierno y el yugo de ganarse la vida no dejan lugar para el yugo de la Torá. La mente nunca está en reposo para relajarse y concentrarse en lo que realmente importa.


Además de todo esto, todos estamos atados por las limitaciones de las convenciones sociales, influenciadas por la cultura pop barata somos bombardeados (ya sea consciente o inconscientemente) afectando nuestros pensamientos y comportamientos. ¡Este es el capataz moderno luciendo una amplia sonrisa y un látigo de oro del cual necesitamos la salvación!


Las catástrofes de la historia judía moderna


Con este modelo de cuatro tipos de catástrofe o crisis que nos ocupa, podemos entender mejor los procesos que han afectado al pueblo judío en la historia reciente.


Hasta el siglo 19, el mundo judío en la diáspora se centró en el viejo y buen shtetl, un sueño que fue y ya no es. Uno puede encontrar vívidas descripciones del shtetl (ya sea de las memorias del Rabí Iosef Itzjak de Lubavitch, las historias contadas por Agnón o la obra de arte pintada por Chagall), y recibir la impresión de que se trataba de un mundo relativamente de utopía, un sueño con un aroma de paraíso (aunque ciertamente no todo lo que había allí era siempre bueno). Sin embargo, ese sueño se hizo añicos por la terrible destrucción espiritual que visitó el shtetl, incluso mucho antes del Holocausto. La apariencia de la serpiente en este cuento (que nos sedujo a probar el fruto del árbol de la ciencia) era “el Iluminismo”. Los judíos de repente se encontraron fuera del Jardín del Edén, la antigua fragancia familiar de idishkait estaba desapareciendo. El blando algodón que nos había protegido fue arrancado e influencias extranjeras entraron en el hogar judío, vaciando a tantos judíos de su tradición, de la Torá y sacados fuera de ese ambiente espiritual relativamente protegido y cuidado. Ahora, cualquier intento de volver al viejo shtetl judío es en vano, no podemos volver a la vida como solía ser. Nuestra única posibilidad de reparación es con el duro trabajo en el mundo moderno en que nos encontramos hoy.


La segunda catástrofe es el Holocausto, en el que el mundo judío fue literalmente erradicado. Comunidades enteras fueron arrasadas y los carboncillos humanos que fueron recuperados de las cenizas tuvieron que levantarse a sí mismas y comenzar una nueva vida después de que su mundo había sido destruido, al igual que Noaj después del diluvio. La única manera de que cada uno de estos sobrevivientes pudo seguir adelante fue no ceder a la sombría situación, sino darse cuenta de que si habían logrado sobrevivir milagrosamente en contra de las probabilidades (incluso sin poder entender por qué él específicamente había sobrevivido mientras otros perecieron) su tarea es mirar hacia adelante y construir un mundo nuevo.


Mientras el pueblo judío fue sometido a la catástrofe del Holocausto, la comunidad judía en la tierra de Israel comenzó a crecer, salvado de correr la misma suerte por Providencia Divina. A pesar del fenómeno milagroso del retorno a Zión de los judíos, el establecimiento del Estado de Israel es una reminiscencia de una Torre de Babel decepcionante. En vez de fundar de manera explícita el Estado sobre la base de la Torá, reconociendo y declarando que somos el pueblo de Dios, se hizo un intento de crear una unión mantenidos unidos por una cooperación material superficial, mientras que el Dios de Israel y la Torá, la única fuerza verdaderamente unificadora detrás del pueblo judío, fueron dejados deliberadamente fuera de la foto.

Los primeros años de existencia del Estado parecieron demostrar un éxito, pero la consiguiente crisis de la dispersión no se hizo esperar. Después de un corto periodo de tiempo, hubo años de decepción, ya que la unidad nacional comenzó a desintegrarse. La polarización de las distintas facciones en el pueblo creció y la crisis nacional se manifestó severamente en el crecimiento del fenómeno de la emigración, un fenómeno que transmite una sensación de inutilidad de todos los esfuerzos que se hicieron. La rectificación es por medio de la fuerza unificadora imbuida en nuestra naturaleza por los patriarcas Abraham, Isaac y Jacob, mediante la creación de nuestro “hogar nacional” sobre la base de nuestra cultura judía única, levantando la bandera de la Torá y la fe como la bandera del Estado judío rectificado.


Por último, nos encontramos lidiando con la cuarta crisis, la esclavitud. No siempre podemos sentir cuán esclavizados estamos realmente, y a veces ese es el mayor problema, que indica que hemos interiorizado una cultura extranjera, hablamos y pensamos en términos tomados de una mentalidad extranjera que nos ata y esclaviza. Una de las expresiones más fuertes de esta esclavitud es el temor expresado por la constante pregunta de: “¿Qué decir de otras naciones?”, que muy probablemente ha sido la fuerza impulsora más consistente detrás de la política exterior y militar de todos los gobiernos israelíes desde el establecimiento del estado.

Para corregir la situación actual tenemos que discutir abiertamente la necesidad de un salvador, un rey, el Mashíaj- que va a liberar nuestras mentes y abrirá nuestras bocas para que podamos tener pensamientos judíos y hablar palabras judías. Necesitamos un redentor que nos va a sacar de nuestro servilismo cultural y dirigirá una verdadera revolución, hasta que el pueblo judío se dé cuenta de su condición de ser “un reino de sacerdotes y una nación santa”. El éxodo del exilio egipcio fue “con nuestra cabeza en alto”, abierto, público y con bombos y platillos, y también lo será nuestra redención futura, pronto en nuestros días, en que todo quedará claro para que todos lo vean.


El éxodo de Egipto se completó con la entrega de la Torá y así también el punto culminante de la redención final será la revelación de una “nueva Torá”, la esencia de la dimensión interior de la Torá que recibimos en el Monte Sinaí.

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